Una vez más, las personas miran de frente a las personas y se sitúan muy por delante de las instituciones y de las esferas de poder que toman decisiones sin contar con ellas. Ayer, a las 19.00 horas, se convocó una concentración de protesta en la Puerta del Sol de Madrid, de manera espontánea, desde la urgencia ante las atrocidades que la UE pretende cometer contra miles de refugiadas hacinadas junto a las vallas de la vergüenza con las que quieren blindar Europa. Como si seguir levantando muros pudiera frenar la desesperación y el instinto de supervivencia. Como si no hubiera cientos, miles de rutas más, cada vez más peligrosas, hacia un lugar donde guarecerse de las bombas o la persecución implacable. Como si levantar vallas cada vez más altas o más amenazantes (alambradas de espinos, cemento, cuchillas) no fomentara que las redes de tráfico de personas sigan haciendo negocio; como si esas redes no fueran la consecuencia de las políticas de cierre de fronteras.
También la UE se apunta a ese negocio: personas a cambio de dinero y ventajas para que Turquía se integre en la Unión Europea. Nada importan los tratados, leyes o convenios que la propia Europa diseñó y se comprometió a cumplir hace 60 años, cuando éramos los europeos quienes huíamos para salvar nuestras vidas. Nada importa que las deportaciones masivas violen las leyes internacionales. Todo es papel mojado y se ignora. Porque ahora son otros quienes padecen; ahora quienes sufren son una amenaza, los otros, la construcción del enemigo: porque están cruzando el umbral de nuestra zona de confort, y la única solución que se le ocurre a la UE es barrerlos más lejos, donde no amenacen, no importa si ese lugar es o no seguro, que no lo es (el Estado turco es de sobra conocido por vulnerar los derechos fundamentales de sus habitantes y en especial de la población kurda); no importan el precio ni los derechos humanos.
El mercadeo con vidas de seres humanos es inadmisible y la UE debe entenderlo. La respuesta de los europeos y europeas, independientemente de las decisiones que tome ese ente que en los medios se llama UE, no puede ser alejar el sufrimiento para que parezca que no nos afecta. Ni siquiera puede limitarse a reubicar a la cola de la "Europa del confort" a las miles de personas que llegan a las fronteras, sino garantizar una acogida digna y recursos para que la posibilidad de iniciar una nueva vida sea real. La inmensa mayoría de las personas refugiadas permanecen en países limítrofes a la zona del conflicto que provocó su exilio, a pesar de que, en muchos casos, no son estados opulentos. Sin embargo, Europa incumple el exiguo compromiso que suscribió hace unos meses. Europa mata con sus políticas y Europa explota y se aprovecha del sufrimiento.
Ante el cinismo de esa Unión Europea, solo cabe una pregunta: ¿de qué lado de la valla estás?
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