Mariano Rajoy salió a dar una vuelta por los alrededores de su residencia veraniega, con tan mala suerte que cayó a una presa, y un muchacho del lugar lo rescató de allí.
Cuando Rajoy se vio a salvo, le dijo al zagal:
- Graciash. Me hash shalvado la vida; pídeme lo que quierash.
- Señor presidente -dijo el chico-, sólo quiero que mi ataúd sea transportado en una carroza tirada por seis caballos.
- ¡Por Diosh! ¡Si eresh muy joven! Anda, pídeme otra cosa.
- Bueno, pues entonces, que sobre mi ataúd pongan una bandera, que la guardia de honor la doble y se la entregue a mi madre al final de la ceremonia.
- Que no, que no... Pídeme otra cosa.
- Pues... que la guardia de honor dispare unas salvas mientras me entierran.
- Pero, vamosh a ver, ¿a qué viene esa manía de que te vash a morir?.
- Pues porque cuando cuente en el pueblo que lo he salvado... ¡¡¡me van a matar a hostias, por gilipollas!!!.
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