"Cualquier fórmula es mejor que estar en el paro", dijo en agosto pasado Arturo Fernández, vicepresidente de la patronal española, CEOE. Gracias a las sucesivas reformas laborales está surgiendo un nuevo tipo de trabajadores. Son los trabajadores pobres. Personas que venden su fuerza de trabajo a cambio de una cantidad de dinero insuficiente para vivir con dignidad, personas que firman contratos de media jornada y trabajan más de ocho horas al día por menos del salario mínimo. Personas que trabajan gratis a cambio de una falsa promesa de permanencia. Personas, incluso, que pagan por trabajar a cambio de experiencia.
"Suponte que tú ofreces un empleo y sólo hay un tío que quiera trabajar. Tienes que pagarle lo que pida. Pero pon que haya cien hombres (…). Supón que haya cien hombres interesados en el empleo; que tengan hijos y estén hambrientos. Que por diez miserables centavos se pueda comprar una caja de gachas para los niños. Imagínate que con cinco centavos, al menos, se pueda comprar algo para los críos. Y tienes cien hombres. Ofréceles cinco centavos y se matarán unos a otros por el trabajo".
Este párrafo sobre la vida de los jornaleros que se vieron obligados a emigrar desde Oklahoma hacia California tras el crack del 1929 fue escrito en el año 1939, pertenece a la novela Las uvas de la ira de John Steinbeck, un libro de plena actualidad.
El viernes pasado, el Gobierno anunció lleno de orgullo un descenso récord en las cifras del paro en diciembre. Sus congéneres de la CEOE, de nuevo por boca de Arturo Fernández, se apresuraron a aplaudir: "Es la mejor noticia con la que podíamos iniciar el año 2014". La noticia, en realidad, es que sí, ha bajado el paro, pero a costa del desánimo de las miles de personas que se borran de las listas del antiguo INEM o que deciden emigrar. También ha bajado el paro porque contratar y despedir cada vez es más barato. El 93,5% de los nuevos contratos firmados son temporales. Es decir: sobre ellos no se puede planificar una vida a medio plazo, son contratos que instalan al trabajador en la precariedad. En su discurso de Navidad, el rey Juan Carlos dijo que para él la crisis no habrá terminado hasta que todos los trabajadores tengan empleo. Ya, pero ¿qué empleo? Esas palabras pueden entenderse como un respaldo a la CEOE y el PP. La oligarquía también quiere que todos tengamos trabajo, pero precario. De hecho podríamos llegar a ser un país lleno de pobres con pleno empleo.
"Mejor eso que nada", dirá alguno. Siguiendo ese razonamiento, ¿dónde está el límite? ¿Qué panorama nos espera con la filosofía del mejor esto que nada? ¿Qué evitará que lleguemos al mejor un latigazo, un mendrugo de pan y una escudilla de agua… que nada? Si no se rompe esta inercia la realidad cada vez se parecerá más a la novela de Steinbeck.
Hay quien pese al miedo se planta y se niega a ser un trabajador pobre. El País se hacía eco en diciembre del caso de 80 de los 210 trabajadores interinos y eventuales de la lavandería central hospitalaria de Madrid (en proceso de privatización por el PP). Esos 80 trabajadores han rechazado una rebaja salarial del 46% y han preferido irse al paro. Los que sí han aceptado el recorte van a tener que vivir con unos 640 euros al mes, cuando su salario hasta ahora rondaba los 1.100 euros.
Es lo que el ministro Montoro llama devaluación interna y es la política que está aplicando el Gobierno. Como no se puede devaluar la moneda para ganar competitividad, lo que se devalúa es el trabajo que realiza cada persona. Se obliga al trabajador, como en Las uvas de la ira, a que reconozca que su trabajo vale menos. Para la derecha el modelo a seguir en cuanto a condiciones laborales es el del sureste asiático. La patronal, desde luego, está por la labor. Nada más conocerse las positivas cifras del paro la CEOE se apresuraba a pedir en un comunicado más precariedad: "Ante esta situación de cierto optimismo, CEOE insiste en la necesidad de seguir apostando por medidas de flexibilidad que permitan a las empresas recurrir a vías alternativas a la reducción de empleo y avanzar en el proceso de reformas continuo, sobre todo en materia de contratación y negociación colectiva".
Desde los años setenta la sociedad española (escaldada con las consecuencias de los comportamientos colectivos del pasado) ha sido sometida desde la política, los contenidos de entretenimiento y la publicidad a un bombardeo constante en el que se ensalzan los valores de un individualismo mal entendido. El espejismo de prosperidad vivido durante esos años hizo que muchos trabajadores perdieran de vista su conciencia de clase. Si a eso se suma el anquilosamiento de los sindicatos y los partidos de izquierda, sus errores y su desprestigio (que la patronal, la derecha y sus altavoces mediáticos no dejan interesadamente de amplificar), ya tenemos el cóctel para una desconfianza crónica en la lucha colectiva contra la precarización laboral. Y, sin embargo, no hay más alternativa a la explotación laboral que los comportamientos colectivos (como demostró, por ejemplo, la victoria de los trabajadores de la limpieza de Madrid).
¿Están los trabajadores (empleados o desempleados) recuperando su conciencia de clase? ¿Se está haciendo más evidente que la lucha sindical es tan imprescindible como lo es una profunda renovación de los sindicatos? En cualquier caso la resistencia colectiva a la explotación laboral no sólo se juega en el campo sindical. También se juega en las urnas, en el asociacionismo, en los movimientos vecinales.
Para evitar que un trabajador ceda al miedo o al chantaje y tome la decisión personal de reventar una huelga o de aceptar unas condiciones laborales peores (comportamientos ambos que tanto benefician a los explotadores y que, a la larga, acaban volviéndose contra todos los trabajadores, también contra los que ceden) es imprescindible un tejido ciudadano fuerte y cohesionado. Contrariamente a lo que creen la patronal y el PP, "cualquier fórmula" (de explotación laboral) no es mejor que el paro.
Existe una estrategia del sindicalismo clásico llamada caja de resistencia. Es una medida colectiva basada en la solidaridad y el apoyo mutuo: consiste simplemente en que los trabajadores ponen algo de dinero en un fondo común para ayudar a otros compañeros en dificultades por haber secundado una huelga o realizado cualquier otra acción sindical. Pero no se trata sólo de dinero, sino de cooperación y apoyo. De hecho necesitamos más que nunca una caja de resistencia ética, de valores: un fondo común de principios en los que todo trabajador pueda reconocerse. La unidad es, y siempre será, la clave de las conquistas sociales, por eso la unidad debería ser la prioridad de los partidos y movimientos de izquierda. Por eso la unidad es lo primero que atacan los explotadores, aplicando mediante amenazas, premios, sobornos o chantajes el famoso divide y vencerás. Y contra el tópico del divide y vencerás cabe anteponer otro igual de válido: la unidad hace la fuerza.
Desde que John Steinbeck publicara Las uvas de la ira han pasado 75 años. Fue su gran contribución a nuestra caja de resistencia ética. Su llamada a la unidad de los trabajadores está más vigente que nunca: "Trescientas mil personas, hambrientas y abatidas; si alguna vez llegan a tomar conciencia de ellos mismos, la tierra será suya".
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