viernes, 10 de diciembre de 2021

Desahucios: Historia de Luis

Luis Hernández tiene 32 años, mide 1,82 metros, está musculado, su pelo es castaño oscuro. Tiene una pequeña cicatriz en el mentón que se la hizo al caerse de la bici cuando apenas tenía nueve años, y luce una ligera barba descuidada de tres días con alguna que otra cana. Sus padres Juan y Carmen, son de un pueblecito de Valladolid, aunque él, nació en la capital.

Su paso por el colegio no fue nada especial, más bien todo lo contrario, Luis era un chico retraído, con pocas cualidades para los estudios, ciertas dificultades para sociabilizarse, y con poca capacidad de esfuerzo. Su paso por el instituto, igual que anteriormente por el colegio, lo marcaron sus malas notas, sus complejos y sus peleas en el patio (casi siempre con compañeros de cursos inferiores).

Ha pasado el tiempo... ahora Luis está casado con María, una chica de Palencia que trabaja de secretaria en una compañía de seguros. Es una mileurista del montón, aunque ella denota a veces ciertos aires de grandeza. María aspira a tener sus hijos (la parejita si puede ser), su trabajo estable, y una casa pagada donde envejecer y morir.

Suena el despertador, son las 06:45 de la mañana, Luis tiene que comenzar su jornada de trabajo, y como cada día realiza su habitual rutina antes de comenzar su jornada. Le encanta su trabajo, no le cuesta despegarse de las sabanas para levantarse cada día, de hecho esta convencido de que ese trabajo está hecho para él, y lo desempeña con celo. Después de ver que era incapaz de sacarse una carrera universitaria, y de que en otros empleos no conseguía dar la talla una y otra vez, optó por formarse en la academia de la Policía Nacional, y ahí encontró su espacio, es un trabajo en el que no hay que pensar, tampoco construir, ni imaginar, ni crear, ni arreglar, ni adornar nada, solo obedecer órdenes, sencillo y eficaz. "Además trabajo para el estado y estoy fijo, ¿que más quiero?", comenta a menudo en su círculo cercano.

Son las ocho de la mañana y Luis llega puntual a la comisaría de Moratalaz en Madrid, saluda a sus compañeros aún con alguna legaña que otra, y en ese instante le avisa un mando superior que vaya rápidamente a la sala de instrucción donde les juntan para explicarles el "trabajo" que han de desempeñar ese día: "¡Hernández!, vaya echando hostias a la sala que hoy tenemos trabajito extra". En la sala, en apenas 10 minutos se reúnen Luis y otros 19 compañeros más... y tras una breve explicación, Luis y sus compañeros todos ellos pertrechados con una indumentaria digna de un gladiador futurista, y con sus "herramientas" de trabajo listas (porras, pistolas, escudos, cascos, chalecos, escopetas, esposas, balines, pelotas de goma...) se dirigen montados en sus furgonetas oficiales, y entre bromas, a su "lugar de trabajo".

En el camino, Fernando, que es un veterano muy cachondo, comenta entre risas: "pues el otro dia un perroflauta anormal de estos se negó a identificarse, y se llevo una buena mano de hostias, ¡estará un mes sin sentarse!" Luis y los demás se ríen. "Cómo eres Fernando, que cabrón, más le tenías que haber dado".

Entre broma y broma llegan a su "puesto de trabajo", el número 23 de la calle Doctor Morales que hace esquina con Gran Vía, allí Luis va a comenzar su jornada laboral. Julia, una viuda jubilada de 74 años que lleva casi 3 sin pagar la hipoteca por culpa de que con su pensión no le da para comer, pagar y vivir con sus 2 hijos ya entrados en años que están en paro, va a ser desahuciada de la casa que lleva pagando 41 años, en la que vivió los mejores momentos de su matrimonio, sus recuerdos, sus vivencias, el banco a ordenado el desahucio inmediato y tienen que desalojar.

Luis, decidido, baja de la furgoneta (siempre es de los que baja primero), y se encuentra con un grupo de no más de 40 personas formado por integrantes de la PAH, algunos amigos de la familia (que era muy querida en el barrio), familiares y vecinos. Arriba en el balcón, Julia y sus dos hijos observan la escena nerviosos, incrédulos, temerosos, impotentes, rabiosos, decepcionados con el mundo. Julia está llorando a lágrima viva, sus hijos expectantes, llenos de dolor y rabia dudan si gritar o también llorar.

"NO PASARAN", "STOP DESAHUCIOS", "BASTA YA", "NI UN DESAHUCIO MÁS", empiezan a gritar los presentes que permanecen en el suelo apiñados, sentados pacíficamente en las escaleras del viejo portal. Entre los que protestan varias mujeres de más de 50 años, unos cuantos jubilados, y los demás mujeres y hombres de diversas edades cuyas únicas armas son unos globos, unas cartulinas y unas pegatinas verdes y naranjas con el lema: "SÍ SE PUEDE".

Luis como buen policía que le gusta su trabajo, no piensa, no se plantea cosas, no ve más allá, sólo sabe que tiene que desalojar y así lo hace, primero empieza arrastrando a los que están mas abajo, los coge de las piernas y los brazos, los lanza como si fueran sacos inertes por las escaleras, los gritos crecen, pero Luis no escucha... él cumple ordenes, y como es demasiado costoso coger uno a uno a todos, saca la porra (reglamentaria por supuesto) y empieza a pegar con saña e indiscriminadamente a quien está delante suyo. Luis no piensa, Luis ejecuta... no hay sexo, ni edad, ni grito, ni razón que haga que Luis no cumpla con su cometido.

Y después de desahogar su frustración infantil con cualquiera que estuviese delante de él, se detiene, y observa de una vez satisfecho que se ha cumplido el objetivo, la zona está desalojada, y Julia acompañada por sus hijos salen por el portal en un mar de lágrimas, abrazados entre gritos y desconcierto, mirando incrédulos hacia lo que hace unos minutos fue el hogar de su vida, y ahora solo les queda la calle, o la solidaridad de quien les pueda ayudar, pero bueno... ése no es problema de Luis, él ha cumplido con su trabajo, ha ejecutado, no hay que pensar, solo obedecer, mañana tendrá otro día de trabajo con otras órdenes que ejecutar, Luis es un autómata programable por las directrices de sus superiores, y estos últimos por el poder.

Ha terminado la jornada laboral, y Luis llega hambriento y algo cansado a casa. María todavía no ha llegado y aprovecha para ver un poco la tele mientras se prepara un bocadillo, Luis no piensa, no siente... en su mente en este instante sólo le importa que el lomo del bocadillo esta poco hecho, en su mente cuadriculada no hay espacio para Julia, ni sus hijos, ni otros much@s... ni su sufrimiento, ni si ha pegado a un inocente, ¡nada! En su mente sólo hay un bocadillo de lomo y el programa de TV que está viendo ahora mismo, mañana volverá al trabajo, y su trabajo no entiende de sentimientos, no entiende de ética, moral, justicia, ni humanidad, Luis es Policía Nacional y no sabe pensar, pero en su obtusa mentalidad olvida que él es un ser humano, y algún día puede caer... no es inmortal, no está exento de sufrir, y lo que en esta vida siembras posiblemente recojas.

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